En Octubre del año 93 cumplía cuarenta años y decidí organizar una gran fiesta con cerca de 300 invitados. Haciendo valer mis contactos y con la ayuda de un par de amigos influyentes, Miquel Plana y Albert Heras, me entrevisté con Fede Sardà que en aquellos tiempos dirigía una sala de fiestas-discoteca de notable éxito. Su nombre, La Tierra. Mi cumpleaños caía en lunes, mal día, pero como La Tierra cerraba los domingos convenimos en montar el evento ése día y a las 12 de la noche sacar el pastel y celebrar el cumpleaños. El acuerdo consistía en que Fede me cedía el local y yo pagaba a los camareros, al disc-jokey y podía hacer uso de la cocina y la vajilla. Además ponía a mi disposición el equipo de sonido del local y me permitía contratar a los artistas que quisiera, así que me puse manos a la obra.
Debo decir que unos cuantos amigos me ayudaron muchísimo. Con Pere Sans montamos un equipo de cocina con un par de ayudantes, Quim y Cheche. Kity nos hizo unos espectaculares bocadillos de lomo al horno y Jan nos obsequió con 300 galletas de hachís. Recuerdo que un camarero se metió en la cocina y se puso tan ciego de galletas que los ojos le rebotaban en el suelo.
Un cliente fotógrafo, Jordi Sanz, me regaló una sesión mientras me afeitaban; Oriol Comas, se hizo cargo de la invitación, en la que incluyó una foto de Jordi Sanz y una poesía sobre mí de Esteve Miralles. Recuerdo que le dí la foto para que la pusiera en un rinconcito discreto y él la hizo a toda página, no hace falta decir que la invitación fue una maravilla.
Para el espectáculo programé a Pep Marqués, que iba cantando de pié entre las mesas vestido de Frank Sinatra; después vino un concierto de tres guitarras a cargo de Cece Giannotti, Joan Vinyals y Jordi Bonell, con el que la gente disfrutó de lo lindo. Para el baile actuó un grupo de africanos con un anglosajón de cantante, los Shongai.
Los invitados disfrutaron a morir, podían comer y beber todo lo que quisieran, algunos salieron a gatas. Un éxito.
Unos días antes de la fiesta le dije a mi mujer Clara que lo organizaría todo menos el pastel, porque debía ser un sorpresa. Le pedí que hablara con nuestro amigo Xavi Canal, pastelero de primera que se ocupó con una brillantez inusual.
Por decisión expresa mía no hubo fotos ni grabaciones, sólo una. En un momento dado me llamó Fede y alguien que estaba a su lado, a quien no recuerdo, me dijo: “Ahora te sentirás Matusalén”. Fede puso en mis manos un pastel individual con un pequeño cirio y me dijo “enciéndelo”. En aquel momento noté que me hacían una foto, encendí el cirio, miré a mi alrededor y todos los invitados encendieron el suyo, tenían uno cada uno, lo levanté y lo levantaron, lo bajé y lo bajaron, lo soplé y lo soplaron. Realmente me sentí Matusalén.